miércoles, septiembre 20, 2006

El origen de la máquina. Capítulo 2


Entonces, vamos al grano...

Ya sabemos lo de Burroughs, el autor capital de la Generación Beat (quien aún no se haya leído el libro aún está a tiempo), pero falta el componente musical en forma de "Soft Machine" -vamos, traducción directa de la obra- grupo inglés, en inicio psicotrópico, de los años 60.

La historia dice que los animaliños pidieron previamente al escritor, mediante conversación telefónica, su aprobación y consentimiento para ceder el uso del título del libro ya referido como nombre del grupo, algo a lo que accedió Don William, quién sabe si por estar en otra dimensión espacio-temporal o porque realmente le importaba bien poco lo que hicieran unos tarados ingleses con sus textos.

Claro, lo que no sabía es que los pobres se iban a convertir en uno de los grupos de referencia del jazz rock mundial, quizá los que con mayor determinación definieron el género, siendo todavía hoy banda de enorme influencia para musiquillos y musicazos, que de todo hay en la viña del señor.

Soft Machine (El grupo) - Que nadie sonría, que perdemos credibilidad...


Aunque lo más interesante de todo son sus orígenes como banda, ahí te quería yo ver. Dejando de lado lo del nombre, que ya está claro, los miembros del grupo comenzaron a experimentar allá por el año 1966 con el art rock, el jazz y la psicodelia, y se les ocurrió la idea de hacer música para la mente en lugar de hacer música para el cuerpo. Los iluminados que se reunían semanalmente en Canterbury (England) para hacer música eran Robert Wyatt (Batería y voz) Mike Ratdlege (teclados), Kevin Ayers (bajo) y Daevid Allen (guitarra), y de hecho en sus inicios fueron feroces competidores de Pink Floyd como reyes del underground, ahí es nada.

Tras telonear a Jimi Hendrix en su gira de 1967 por EEUU (estos tíos se codeaban con lo más granado de la época) pasaron a grabar su primer disco, titulado "Volume 1", semilla fundacional de la llamada "Escena de Canterbury", como trío y ya sin Daevid Allen. Sólo por unos pocos meses en 1968, Soft Machine volvio a ser un cuarteto con la incorporación del futuro miembro de The Police, el guitarrista Andy Summers, aunque este no llego a acoplarse al grupo, que rapidamente volvio a ser un trio.

En los siguientes conciertos de la gira de 1968 se llamó a un viejo amigo de Wyatt, Hugh Hopper, bajista notablemente mejor que Kevin Ayers y con el que grabaron su segundo album "Vol. 2" (1969), sumergiendose definitivamente en territorios jazzy para irse alejando poco a poco del pop. El órgano distorsionado de Ratledge asi como la imaginativa forma de tocar la bateria de Wyatt y sus vocalizaciones con ecos y delays se constituyeron en elementos claramentes demostrativos de lo que era la banda, encerrándose a veces en un surrealismo algo inaccessible para la audiencia convencional del pop/rock de la epoca.

En su tercer LP "Third" de 1970 (no eran muy originales en eso de poner títulos, no), los ejercicios instrumentales estaban al orden del día, eran ya un grupo decididamente jazzero y seguían la onda del "Bitches Brew" de Miles Davis, aunque europeizándolo. Durante la gira de presentación incluso usaron una sección completa de metal pero, como no podían pagarla, sólo el saxofonista Elton Dean (recientemente fallecido, y que inspiró el nombre a Elton John) se quedó con ellos.

Tras grabar en 1971 un cuarto álbum, titulado "Fourth" (cómo no) se produjo la marcha del baterista Robert Wyatt, y el grupo comenzó su lento declive. Sin su humor irónico ni su voz, Soft Machine se limitó a cumplir el expediente hasta llegar a ser una burda caricatura de sí mismos. Por su parte, Ratledge y Hopper mantuvieron a la banda funcionando de la mano de otros musicos, siempre ligados al caracter libre y de fusion de sus integrantes originales, aunque poco más tarde en 1973 Hopper abandonó la banda y Ratledge, el ultimo miembro original, decidió irse en 1976.

Poco queda más que decir, para los interesados en el sonido Canterbury (recomendabilísimo para expandir fronteras musicales y abrir poros espirituales) pueden consultar la excelente página http://calyx.club.fr/index.html, que bien podría haberse llamado "Todo lo que siempre quiso saber sobre la Escena Canterbury y nunca se atrevió a preguntar".

En fin, creo que puestos en situación, después de estos dos capítulos introductorios, este blog ya puede empezar a volar con criterio. Sólo queda vuestra participación, y que sea lo que Dios quiera...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Después de saber que Soft Machine fueron los compositores de aquella canción que me levantó dolor de cabeza, he buscado críticas sobre ellos y he encontrado esto: (que opinas)


Los discos que deconstruyeron tus tímpanos...

Soft Machine - Third
El monumento de lo derribado
Cuando se piensa en monumentos, al menos en la contemporaneidad, se piensa en algo a ser derribado, demolido, pisoteado. Nótese, por ejemplo, todo lo erigido desde la academia –cualquier academia-, toda su solemnidad y ritual. Véase cómo lo alzado fue vilipendiado, cuestionado, hecho trizas. De eso se trataba. De algo tan monumental como abatible. De un pilar derrocado con placer de hachazos.
Cuatro piezas bastaron. Cuatro piezas fueron. Cuatro piezas con la longitud de una cara de acetato. Como cuatro zigurats que así como ascendían al cielo se desmoronaban a la vista de todos.
¡Un monumento! Tan bello como el monumento que se viene a pedazos. Parecido a ese zeppelín que ardiendo se vino abajo, como una nube que fuese interceptada por misiles terrestres. Sin embargo, y para este caso, estas no serán imágenes de destrucción.
Algo se habrá edificado. ¿La herramienta? Jazz, ese que no es tanto el género como un modelo ajustable, aplanador de canciones. ¿El objetivo? El rock, ese campo tan irregular y laxo, donde todo cabe, salvo la diferencia.
“Mucho se toma del manantial de Miles Davis”. No pasa de ser otro pilar que deberá venirse al suelo. Otra plataforma donde reposarán las ruinas con orden improvisado.
En “Third” se hallan fraseos, pasajes que son tan indelebles como los recuerdos que nos deja una demolición. Llenan con el alivio de aquel pensamiento que sabe como verdadero, que la catástrofe existe para todos, y que luego de ella que da lo posible, le adviene la posibilidad. Cada uno de los integrantes de Soft Machine –cual más virtuoso-, sabía esto antes de meterse en el estudio a grabar un disco radicalmente distinto a sus dos primeras producciones. Las normas no pudieron haber sido muchas (aunque los desencuentros entre los integrantes parecieron ser más). Quizás por ello, se trate de un disco tan inquieto, que compite contra sí mismo, en una búsqueda que por buscar no encuentra. Que se tropieza con un chillido de saxo, un clarinete que desgarra, una batería agitada, unos teclados golpeados con canibalismo.
Hoy lo sabemos: en Columbia se editaron las amarras mismas que bajaron a empeñotes toda una tradición de monumentos. Los recursos no serán muchos: con no temerle a la improvisación, insinuar ciertas atmósferas psicodélicas, y dar con frases instrumentales de complejidad aunque entrañables, se logra un disco que será la posteridad misma. Eso sí, hacerlo con firmeza, como si la demolición fuese el garante para no olvidar. Y con estas fórmulas, crear la alharaca de pajarracos enjaulados más notable de los tiempos, el armatoste hecho con las ruinas mismas de lo que ha sido derribado.
Es cierto que, en muchos sentidos, este disco implicó la salida de Robert Wyatt de Soft Machine. ¿Acaso una inmolación que valió sus consecuencias en oro? En todo caso, puede que nunca antes un zafarrancho entre músicos haya sido documentado mejor.
La vuelta de timón que esto representó para la escena de Canterbury, y para el rock progresivo en general, pedía una cabeza en sacrificio (y tomó la de uno de sus hijos predilectos). No habría que olvidar que los monumentos derribados caen sobre los hombros de sus magnicidas. No puede haber –ni hay- impunidad. Siempre se paga un precio, más aún si se forcejea con la tradición.
Pero, díganme, ¿quién no paga los escombros de aquello que acaparó, con su congestionado volumen, todos los sectores del sonido?

aqualung dijo...

Gracias por escribir, "Tesorito":

Por partes. Sin duda, el Third es un documento sonoro no apto para todos los oídos, y a veces da dolor de cabeza a orejas poco entrenadas, pero sin duda es una obra maestra en la que sus autores sabían muy bien de dónde venían y hacia dónde iban: no estamos hablando ni de aficionados precisamente ni de desnortados experimentadores.

Después, quien quiera ver en él un monumento hecho de escombros allá él, lo único claro es que es un disco que ha aguantado el paso del tiempo como pocos, y eso está al alcance de escasísimas obras.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo en la primera parte de tu comentario, donde dices que es un documento sonoro no apto para todos los oídos, nunca voy a entrenar a mis precioso oídos para semejantes ruídos y que quede patente que no le quito mérito al grupo ni los catalogo de pésimos, simplemente no me gustan y simplemente no los soporto, como bien dices tiene que haber de todo en la viña del señor.

Johann Sebastian Mastropiero dijo...

Gracias por tu visita y por los más que bienvenidos alcances. Moon in June es, claro demás está decirlo, algo que dignifica el espíritu.

aqualung dijo...

Querido Melquíades,

Gracias por tu extenso comentario. Interesantísimo tu punto de vista y sin lugar a dudas muy acertado y razonado. En próximos posts intentaré establecer como bien dices "un punto de unión donde discrepar o descubrir puntos en común".

Pan para todos!!